Saltar al contenido principal

«He dejado de oír la música». Esas fueron las últimas palabras de Aleksandr Blok, muerto en 1921 a los 40 años. Nacido en una de aquellas familias rusas cultas y opulentas, debió de sentirse algo culpable y acogió con entusiasmo la Revolución. Pero la cruda realidad del bolchevismo agotó su creatividad: apartado de todo, enfermó y dejó la escritura. Como dijo Brecht, ciertos momentos no son buenos para la lírica: si él en Alemania se sentía impelido a escribir contra el «pintor de brocha gorda» —Hitler, claro—, la Rusia soviética no fue lugar para artistas ajenos al realismo combativo. Imaginen, pues, si lo era para un místico como Blok, en su día poeta nacional y cabeza visible del simbolismo ruso. Sus poesías amorosas, incluyendo los Versos sobre la bella dama —compuestos para su esposa Liubov, la hija de Dmitri Mendeléyev—, no parecían calentar la sangre del obrero.

Retrato de Blok junto a su musa y único amor. Hija del célebre químico y creador de la tabla periódica de los elementos, Liubov conocía a Blok desde la infancia. Intimaron durante los ensayos de Hamlet para una función amateur, y se casaron en 1903. Su único hijo murió en la niñez. Los amigos de Blok la idealizaban, y uno de ellos —Andréi Biely— llegó a enamorarse de ella. Puedes leer más aquí o aquí.

Pero el realismo socialista no fue la única opción frente a ese simbolismo esquivo y algo irracional, siempre dispuesto a revelar las verdades que oculta cada aroma —aquellas «correspondencias» de Baudelaire—. En los años diez, un grupo de poetas se propone renovar un lenguaje —según ellos— agotado, en beneficio de un verso directo que refleje, con la perfección del artesano y sin misterio o misticismo, la experiencia humana como tal. Con el nombre de acmeísmo —del griego acme, «cénit, grado máximo»— convivió el de adanismo, de resonancias primitivas e inocentes. Ante el suntuoso edificio dorado del Almirantazgo en San Petersburgo, Ósip Mandelstam dijo: «La belleza no es un capricho de un semidiós, sino el ojo implacable de un simple carpintero».

Han pasado muchos años desde que yo los descubrí, merced a aquel tomito de Visor —muy bien prologado por Diana Myers— que editaba, junto a las de un par de precursores, algunas obras de los tres más grandes acmeístas: Nikolái Gumiliov, Anna Ajmátova y el mencionado Mandelstam. De este último les hablé ya en otra ocasión —ya saben, ese al que Stalin dejó pudrirse en Siberia por hacerle un epigrama—; así que quiero centrarme ahora en los otros dos.

La revista Apollon se publicó entre 1909 y 1917, y fue un órgano esencial de difusión del acmeísmo y la vanguardia rusa en general. La abundancia de grandes escritores ha hecho que los años de 1890 a 1920 se conozcan como la Edad de Plata de la literatura rusa —tras la Dorada de Gógol, Tolstói, Dostoyevski o Turguéniev—. Mayakovsky, Yesenin, Pasternak o Tsvetáyeva son solo algunos nombres destacados. En la foto, un póster de 1911 pintado por Nikolái Rémizov. Pincha aquí para saber más.

Que yo sepa, hasta finales de 2011 el volumen de Myers —de 2001— contenía lo único escrito por Gumiliov que podía leerse en español. Lo cierto es que en Rusia se leía poco más —su obra circuló de forma clandestina durante décadas, y solo la Perestroika restauró su figura—. Pero el capricho de nuestro mercado hizo por fin que, en pocos meses, dos antologías similares corrigieran de golpe esta carencia: una en Linteo y otra en Reino de Cordelia. Ya no recuerdo por qué elegí la segunda —muy bella, por cierto—, que se declara homenaje a la par que edición.

El prólogo de Luis Fraga recuerda un dicho popular, según el cual la sola razón no explica Rusia; y también dicen los rusos que «el destino no se elige, sino que se sigue». Solo así puede entenderse que Gumiliov, a salvo en Francia cuando la Revolución cambió su país, decidiera volver y criticar a los autores «oficiales». Dirige —a propuesta de Gorki— una revista, reedita sus obras, publica dos nuevos poemarios y participa en la fundación del Sindicato de Escritores. ¿Demasiada presencia? El 3 de agosto del 21, el poeta es arrestado, sospechoso de conspirar para restaurar la monarquía. Solo tres semanas después, se decreta el fusilamiento de los 61 acusados. De nada sirven las dos cruces de San Jorge con que se había premiado su labor de alférez ulano en la Gran Guerra, ni los frutos arqueológicos de sus viajes de juventud. A los cuatro meses, la sentencia se ejecuta. Nikolái tenía 35 años, y aún hoy se ignoran los detalles de su muerte y sepultura.

Nikolái Gumiliov y Anna Ajmátova posan junto a su hijo Lev. El chaval tenía nueve años cuando su padre fue asesinado. Llegaría a ser un destacado intelectual, que cumpliría condenas en campos de Kazajistán, Siberia y Altái. Sería rehabilitado en 1956, y sus ideas eurasiáticas influyen aún en la Rusia moderna —incluyendo al presidente Putin—. Puedes ampliar la foto o leer más pinchando aquí.

Mucho más leída entre nosotros, Anna Ajmátova fue la esposa de Gumiliov. Tuvieron un hijo, Lev, que sería historiador y al que —por ser quien era— expulsaron de la Universidad de Leningrado y enviaron a un gulag en 1938. Tenía entonces 26 años, y —con idas y venidas— no acabó de salir hasta un par de décadas más tarde. Y ello a pesar de que a su madre la obligaron a escribir unos versos para Stalin, y de que él mismo se alistó por un tiempo en el Ejército Rojo y tomó parte en la Batalla de Berlín. Tras divorciarse, Ajmátova se casó otras dos veces —más hombres la amaron, y hasta Pasternak quiso unirse a ella, pero fue rechazado—. La segunda boda fue un error; y, por si los males de Lev y Nikolái —sumados a los del buen amigo Mandelstam— no bastaban, su último marido murió de hambre y frío en 1953, olvidado en un campo de trabajo. La propia Anna parece incrédula ante tanto dolor: «No, no estaba bajo un cielo extraño, ni bajo la protección de extrañas alas; estaba entonces con mi pueblo, allí donde mi pueblo, por desgracia, estaba».

Anna Ajmátova en su pintura más célebre, obra de Nathán Altman (1914). Su contacto con artistas la convierte en una de las escritoras más retratadas de la historia: Olga Della-Vos-Kardovskaya, Kuzmá Petrov-Vodkin, Yuri Annenkov, Moiséi Liangleben, Zinaída Serebriakova y Martirós Sarián se suman a los esbozos de Ajmátova que Modigliani dibujó en 1911. Anna y Amedeo se conocieron en París un año antes, cuando ella estaba recién casada y él —dedicado aún a la escultura— vivía en la miseria. Su romance fue breve, pero intenso. Anna recuerda 16 dibujos, aunque casi todos se destruyeron en la Revolución. Puede que una de las 27 esculturas de Modigliani —subastada en 2010— retrate también a la poeta. Pincha aquí o aquí para ver y leer más.

Oficialmente proscrita, malvivió traduciendo y escribiendo ensayos, mientras su poesía corría de mano en mano. Ya en los sesenta, recupera su lugar y sus obras se recogen por fin en un volumen. Faltaba —eso sí— el histórico Réquiem, poema emblemático y acusación más que directa contra las purgas de Stalin. Isaiah Berlin vaticinó que el texto jamás se publicaría en la Rusia soviética. Con él quiero acabar por hoy. En 1957, la autora añadía al poema —escrito entre 1935 y 1940— unas palabras «en lugar de prefacio». Allí se explica su génesis: en los años del terror, Anna pasó diecisiete meses haciendo cola cada día frente a la cárcel de Las Cruces —en Leningrado—, donde encerraban a su hijo y a otros tantos. La gente aguardaba su turno para hacer llegar a sus presos paquetes de ropa y comida. Una mañana, alguien reconoció a la escritora: «Entonces una mujer de labios azules que estaba tras de mí, quien, por supuesto, nunca había oído mi nombre, despertó del aturdimiento en que estábamos y me preguntó al oído (allí todas hablábamos en voz muy baja): Y esto, ¿puede describirlo? Y yo dije: Puedo». ¡Y vaya si lo hizo!

Cerrar menú
Una celebración de la lectura

Camarote 105 es un proyecto personal de Alberto Zazo.

Puedes enviar tus comentarios a:

info@camarote105.com

Tus datos no se usarán para nada que no sea dar respuesta.

¡Gracias por tu visita!